Estaba con Sofi en un mercado al que, cuando era niño, iba con mi madre todos los viernes al salir de la primaria. Ahí siempre nos encontrábamos con mi amigo Julio, que también acompañaba a su mamá para hacer el mandado. Mientras ellas se ponían a platicar de cualquier cosa que no nos interesaba, Julio y yo recordábamos las hazañas del recreo de esa mañana.
Mi mamá tenía muy arraigada la idea de que el hígado era bueno para la salud, y, salvo que tuviera la suerte de que algún amigo me invitara a comer a su casa, los viernes sólo había una certeza en mi vida: habría hígado encebollado en la mesa.
Bueno, pues ahí estábamos Sofi y yo, caminando y platicando por el mercado lleno de gente, colores, olores y sonidos. No recuerdo hacia dónde íbamos, pero pasamos junto a un puesto de flores y vi unos claveles marchitos. Bajé a Sofi de mis brazos y le pedí que no se moviera de ahí, que me esperara frente al puesto mientras yo me acercaba a recortar las flores marchitas y regresaba por ella para seguir nuestro camino.
Tomé las flores, corté las marchitas con unas tijeras que aparecieron en mi mano y devolví el resto al recipiente con agua que hacía de florero. Fue en ese momento que me di cuenta de lo que acababa de hacer. Pensé que mi trastorno obsesivo-compulsivo no diagnosticado había llegado demasiado lejos y que nunca debí dejar sola a una niña de cinco años, ni siquiera por un segundo. Miré hacia donde la había dejado, pero ya no estaba.
Empecé a gritar un nombre que no era el suyo, sino el de su madre, pero mi voz apenas se oía entre el bullicio de los vendedores y la gente que pasaba. Nadie me escuchaba, nadie parecía prestarme atención. Sofi no aparecía por ningún lado. La desesperación me invadía, sentía mi corazón latir con fuerza, gritaba y lloraba desesperado, pensando cómo iba a poder vivir después de haberla perdido.
Entonces, como pocas veces me ha pasado, me di cuenta de que estaba soñando. Fui consciente de estar caminando en una pesadilla y de que sólo tenía que despertarme para que todo terminara.
Abrí los ojos. Hacía frío. Eran las cuatro con cuarenta y tres minutos. Esperé un minuto más y me volví a dormir.
Hoy comí tacos de guisado en mi taquería favorita para eso y me pedí dos de hígado encebollado, uno con arroz y otro con frijoles y requesón. Tacos Hola mi amor.
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