lunes, 2 de mayo de 2016

NADA, RUEDA, CORRE

- ¡Atención! ¡Atención!

Avisaba con un megáfono uno de los jueces montado en un jet-ski.

- Quedan diez minutos para que termine la prueba, están a quinientos metros y es muy difícil que lo logren. Pueden quedarse aquí para que los recoja la lancha barredora o pueden seguir nadando hasta donde lleguen. - Terminó de advertirnos.

Sabía que era cierto, apenas me recuperaba de un calambre en la planta del pie izquierdo y me sentía muy cansado, pero no iba a dejar de intentarlo, pelearía hasta el último segundo. Esa distancia final era a favor de la corriente, los primeros mil metros habían sido con el agua en contra y ese era mi último hilo de esperanza para lograr llegar antes del tiempo límite para recoger a La Macaria. 

Nadé tan rápido como pude, el calambre no dejaba de amenazar con volver y algunas aguas malas flotaban en la ruta. A pesar de mi esfuerzo, me quedé a cien metros del punto de control cuando sonaron los silbatos y no me dejaron tomar mi bicicleta para seguir en la competencia.

Me costó superarlo, podría decir que aún no puedo hacerlo. Ese día lloré mucho y tampoco pude disfrutar del todo las vacaciones que había planeado con Ingrid y mis hermanos. Durante algunos días, pensé que era injusto que no me permitieran seguir en la competencia hasta que entendí que las reglas eran esas y precisamente por ser así de estrictas, el volverse triatleta sería algo tan especial. No cualquiera puede terminar las tres pruebas y yo, en ese momento, no tenía lo necesario para serlo. Debía prepararme mejor si quería ser parte de ese grupo.

Dos años pasaron para que pensara intentarlo de nuevo. Volador empezó a calentarme la cabeza a finales del año pasado.

- Bernabéu, ¿no te dan ganas de hacer un triatlón?- Tiró el anzuelo.
- Me da puto cagarla de nuevo pero, déjame pensarlo... Mmmmhhh, ya lo pensé, sí, ja.- Y yo, me enganché sin poner resistencia.

Elegimos Monterrey sobre Huatulco que era nuestra otra opción. Inki, Tania y Carlos se sumaron al plan de acompañarnos.

Llegamos un día antes de la competencia. Apenas dejamos nuestras cosas en casa de la mamá de Tania, en las faldas del Cerro de la Silla, y nos fuimos al Parque Fundidora donde me encontré con Helios, un amigo del futbol que ahora trabaja en la empresa que organiza los triatlones en México. Me dio mucha tranquilidad que él estuviera ahí y saber que es el encargado del equipo médico. 

Llevamos a Maclovia y Macaria al rack de nuestra categoría, en el camino nos marcaron los brazos y piernas con nuestros números de competidor. Acomodamos nuestras cosas y nos tomamos una foto con nuestras bicis.

Entre el viaje y la expo, no habíamos comido más que las galletas del avión. Nos fuimos a comer y después a descansar. Mientras esperábamos a Carlos y Tania, cuyo vuelo se retrasó casi seis horas, fuimos a buscar algo de cenar a las once de la noche aprovechando que nuestra competencia empezaría casi al mediodía. Encontramos unos tacos callejeros ganadores que tenían algo llamado Chicharritas, chicharrón prensado con carnitas en taco o torta, espectaculares. 

Nos fuimos a dormir y por la mañana algunos amigos mandaron mensajes avisando de una tormenta que había caído la noche anterior provocando el desborde del sistema pluvial en el río donde sería la prueba de natación. Los organizadores decidieron recortar la ruta, maldita sea, y seguir con el evento.

César y yo empezamos a estirar afuera del canal mientras algunos ya estaban haciendo un poco de natación para ir calentando músculos. Recordé mis pocas clases de yoga haciendo algunos ejercicios de respiración y las posiciones que hasta ahora mejor me salen, o sea, dos.

Ingrid se acercó a despedirme y entonces me clavé en el agua para moverme hacia el bloque de salida. Volador y yo platicamos mientras se acercaba la hora de nuestro arranque, vimos salir a dos bloques de otras categorías y nos dijimos cuánto estábamos nerviosos por ya comenzar y que pasara lo que tuviera que pasar. 

Al fin nos tocó formarnos en el arco de inicio, hubo una cuenta regresiva, preparé mi Garmin para registar mi competencia, sonó la salida y me lancé hacia adelante para empezar a nadar. La visibilidad no era buena, el agua estaba bastante turbia en un tono verdoso y lo único que podía distinguir eran los pies de los nadadores que iban delante de mí. Ya me lo habían dicho, en la natación siempre hay golpes. Haciendo válidas los advertencias, me tocaron algunas patadas, una de ellas en la nariz que me paró en seco.

Supongo que fue por la emoción de arrancar y los nervios en general, a los doscientos metros, me di cuenta de que no había iniciado mi Garmin, es una pendejada pero para mí era importante cronometrar el tiempo total de cada prueba y grité bajo el agua un "¡Mierdaaaaaaaaaaa!" antes de parar otra vez y apretar el chingado botón de inicio. No me desconcentré pero no hice la mejor competencia. Nadé tratando de hacerlo rápido hasta que empecé a sofocarme y detenerme un par de veces más. Los últimos doscientos cincuenta metros pude encontrar un ritmo y nadarlos de corrido hasta que di una brazada y mi mano chocó con la rampa de salida, no podía creerlo, estaba saliendo del agua y supe que ese día, iba a ser el mío.

Me arranqué los goggles y la gorra, oí a Ingrid gritarme y corrí con paso tambaleante hacia la zona de transición por un camino de unos 50 metros con una alfombra azul que terminaba en los corrales donde estaban las bicicletas. Ahí corrí sobre pasto y lodo mientras me acercaba a Macaria. Cuando llegué al árbol donde la había dejado, no estaba ahí y pensé que alguien la habría tomado.

- ¡¿Quién se roba una bicicleta aquí?! ¡No mamen!

Entonces me di cuenta que la euforia me había llevado a otro rack y a lo lejos vi mi bicicleta tal y como la había dejado. Regresé corriendo y recordé las palabras de Eva Verónica unos días antes.

- Vas a tomar el agua que te den saliendo de la natación, bebe un poco y el resto úsala para limpiarte los pies. Ponte primero los lentes para que no se te olviden, luego el casco y la banda con tu número. Cálzate las zapatillas y corre con ellas hasta la línea de salida de ciclismo.

Lo hice todo tal y como lo dijo excepto lo de las zapatillas. Las tomé con mi mano izquierda después de chocar mi puño con Volador que iba llegando a recoger su bicicleta también y con mi mano derecha tomé el manubrio para salir corriendo otros cincuenta metros hasta poder subirme a la bici. 

Zapatos puestos, clip izquierdo enganchado, gritos de otros competidores y del público, empiezo a pedalear y siento como mis muslos se tensan cuando al fin arranco. Me sé fuerte y estoy emocionado pero no quiero perder la concentración, sé que algún día me caeré de la bicicleta pero no quiero que sea hoy. 

Alcanzo a oír los gritos de Carlos y Tania cuando paso junto a ellos, quiero hacer el mejor tiempo posible y decido no guardarme nada aquí tampoco, voy a pedalear tan rápido como pueda y hasta que pueda. El circuito es de ocho kilómetros y tenemos que hacerlo cinco veces. Hay muchas curvas y voy por momentos junto a algunos ciclistas muy veloces a los que quiero pegarme pero no logro aguantarles el ritmo más de algunos metros. Cada vez que paso frente a los muchachos escucho sus gritos y me lleno de energía para seguir. A pesar de algunos tramos con el pavimento muy dañado, las llantas resistieron y no tuve que usar la cámara que compré el día anterior y que no sé cambiar todavía. En el recorrido me cruzo con César y nos gritamos para darnos aliento.

- ¡Bernabéu!
- ¡Venga, Volador! - le respondo con un grito.

Termino la distancia y corro para dejar a Macaria mientras dos competidores van peleando a mentadas de madre tal vez por algún rebase que a alguno de ellos no le gustó. La etapa sobre la bicicleta no es mucho menos agresiva que la natación, me tocó ver muchos rebases apretados y a algunos ciclistas haciendo movimientos imprudentes, aunque no siempre con mala intención sino por falta de pericia. Yo estoy un poco como zombie cuando voy camino al rack, para mí es un sueño estar ahí y sentirme tan bien, siento que estoy haciendo buena competencia y sigo en mi carrera.

Me saco las zapatillas, me pongo calcetas y me calzo mis tenis, es la última vez que voy a usarlos para una carrera. Me pongo mi gorra y me tomo uno de los geles que traigo mientras empiezo a correr para salir de la segunda transición.

Cuando entré al circuito lo hice corriendo a buen ritmo y sigo hasta encontrarme con mi novia y mis amigos de frente en la primera curva antes de subir al primer puente de los dos que tendría que subir cuatro veces cada uno, ¿qué?. Me gritan, les sonrío y sigo con mi camino, veo que llevo buen paso y empiezo a hacer cuentas para calcular mi llegada. Apenas tres kilómetros adelante se empiezan a caer mis números, comienzo a bajar mi ritmo dramáticamente y tomo uno de los dos geles que me quedan. 

Entonces me pasa lo que nunca, se me quedan torcidas las manos y los brazos, algo no está bien y me preocupo pero, una vez que me tomo el gel, todo vuelve casi a la normalidad y sigo mi camino.

Cada que paso frente a Carlos me grita que me veo entero, mentira, sé que me está mintiendo pero le agradezco sus porras y acepto un gel que casi me lleva hasta la boca.

- ¿Cómo vas, ca? Te falta solo una vuelta. - Me dice serio.
- Ya troné, Prieto. - Le contesto mientras pienso que sí, sé que ya no puedo más pero que salirme no es una opción, voy a terminar como sea.

Arranco a la última vuelta con las piernas hechas una piedra. Faltando quinientos metros alguien en el público le grita a un corredor que viene a unos pasos de mí y con el que vengo corriendo casi toda la prueba de carrera.

- ¡Venga, Yoda! Ya no trae nada ese flaco, chíngatelo.

Yoda se envalentona y me rebasa a toda velocidad frente a su amigo y yo lo veo alejarse algunos metros delante de mi mientras pienso "Ya te luciste con tu amigo, putito. Ahora voy por ti." Aprieto el paso un poco y empiezo a cazarlo hasta que, faltando doscientos metros arranco con lo último que me queda y logro llegar corriendo a la meta mientras oigo los gritos de Ingrid, Tania y Carlos. Me doblo sobre una barrera. Vomito.

Camino y me encuentro con Dr. Helios quien me lleva a la enfermería para asegurarse de que estoy bien mientras platicamos y confirmamos que no hay problema, las manos torcidas fueron una baja de azúcar por calcular mal los geles que consumiría.
Entonces salgo y coincido con la llegada de César que viene codo a codo con otro corredor y le grito para animarlo. Lo veo cruzar la meta. Camino hacia él para abrazarlo y felicitarlo.

- ¡Volador! ¡Volador! - le grito mientras nos acercamos.
- Somos triatletas, manito.- Me responde y nos abrazamos agotados.

Nos vamos caminando mientras nos contamos nuestras carreras y nos seguimos felicitando.

¿Viste qué chingón estaba el Cerro de la Silla?; Sí, la nube que traía encima estaba poca madre; Güey, hay unos cabrones rapidísimos en la bici; ¡Y las chavas!; Sí, no mames. Me le pegué a una hasta que le di hueva y me dejó cagada de risa; Jajaja, ¿Te das cuenta que hoy nos volvimos triatletas?; Tenemos que repetirlo; Y prepararnos mejor; Tenemos que ser más fuertes y más rápidos. Hoy teníamos que terminar pero podemos hacerlo mucho mejor; ¿Cuándo el siguiente? Abrazos, lágrimas, risas.

Así, maté a uno de mis dragones. No podría decir que he tenido la fortuna porque no creo en la suerte y menos en el destino, tuve que chingarle para lograrlo. Ahora tengo otro dragón pendiente desde hace tiempo y al que no puedo seguir dejando vivo. Ya le encajé mi espada, pero tengo que rematarlo en las próximas semanas. Ya estuvo bueno de escribir de carreras y trataré de concentrarme estos próximos días para venir a contar sobre eso y otras cosas.

Focus, focus, focus, Bernardo.

Llevo varias semanas despertando con Al Green cantando en mi cabeza.

Al Green
"Let's Stay Together"



viernes, 8 de abril de 2016

LALA 2016

Antes de que pase más tiempo, de que acumule más pendientes, sume más minutos de insomnio unas veces improductivo y otras también, aquí está mi Maratón Lala 2016.

Me sentía tranquilo una noche antes, tanto, que no me llevó más de algunos minutos quedarme dormido profundamente a pesar de una pequeña reunión en la calle que, pensando que no me dejaría dormir, tenía muy inquieta a Ingrid. Nada, dormí de corrido casi seis horas.

A las cinco de la mañana nos despertamos todos, Don Armando nos saludó y comenzó a alistarse para salir a tiempo ya que él participaría como escolta del maratón en su motocicleta. Más o menos sin prisas estuvimos a tiempo, nos subimos a la camioneta y llegamos al punto donde sería la salida de la carrera que es en una zona industrial a un costado de la planta de Lala. Nos tomamos fotos con nuestra porra, nos abrazamos y, Xó, Roger y yo, nos separamos de ellos para entrar a los corrales.



Aunque preparé más o menos bien este maratón, tenía muchas dudas sobre cómo iba a responder mi cuerpo al clima que estaba pronosticado para ese día. Al momento de la salida se sentía frío pero no tardaba en amanecer y con eso, aparecer el calor que nos habían prometido. Salimos juntos los tres y así nos mantuvimos los primeros dos kilómetros hasta que saludamos a los muchachos por primera vez.

Salimos hacia Lerdo, una de las ciudades que conforman La Comarca. Cada kilómetro, desde el inicio, me iba monitoreando para confirmar que estuviera corriendo al ritmo que había planeado. Una semana antes, platiqué con unos de mis entrenadores, Edgar, y pensamos que podía bajarle un poco a lo que había hecho hace unos meses en Chicago. Sin presionarme, lo estaba haciendo mientras disfrutaba de la gente y sus gritos. 

Además de correr, lo que más me gusta de una carrera es chocar mi mano con la de las personas en el público y aquí había muchas manos estiradas que se encontraron con la mía durante toda la carrera, ese momento de impacto palma con palma es pura energía.

Casi llegando a Lerdo, venía todavía muy concentrado en mis pasos hasta que un grito con mi nombre me despertó y vi a George que venía volando de regreso.

- ¡Venga, cabrón! - nos gritamos al mismo tiempo y seguimos con nuestros caminos.

En ese punto había una tarima con unas chavas haciendo zumba, con unos escotes espectacularmente pronunciados y que ponían unas ganas en su rutina que todos comentamos al final, para mí, la porra ganadora en el concurso que hacen los organizadores al mejor grupo de apoyo de todo el evento. Ahí se estrechaba mucho el recorrido, corrimos por una calle que estaba llena de gente en sus dos costados y que remataba con la plaza de la ciudad, la ruta la rodeaba y salíamos de regreso a Gómez Palacio. 

Creo que ese fue el último momento en el que más o menos vi un árbol que diera sombra. A partir de entonces corrí con el Sol de frente o de costado casi todo el tiempo. Entonces recordé que no me había puesto bloqueador y que no quise usar gorra.

Para el kilómetro quince, o algo así, después de saludar a Ingrid, Becca, Rodrigo y Armando, pasamos por el puente que cruza el río. Una estructura de acero por la que imagino que alguna vez pasó el tren y que me llamó mucho la atención desde el día que llegamos y pasamos por ahí.

Está chingón correr en otras ciudades, el ambiente, los gritos y en este caso, el acento, lo hacen todo distinto.

- ¡Ya se hizo! ¡Ya se hizo la mashaca!
- ¡Shíngale que ahí viene tu suegra!
- ¡Otro poco y llegan a las sheves!

Mucha gente todo el recorrido, todo el tiempo. La ruta pasa por colonias fresas y rockeras, pero en todas ellas, las personas salían con buena vibra, vaselina, bolsas de agua, hielos, miel y coca fría con gas.

Conforme fui avanzando y acercándome al final me encontré con que traía paso para romper mi récord por ocho minutos, nada mal. Además me sentía fuerte y entero. El calor lo estaba controlando con chorros de agua en la cabeza después de tomar un poco cada dos kilómetros.

Empecé a soñar con ese tiempo, romper tu marca así debe sentirse como la primera vez que metes un gol de cabeza, o como cuando tienes diecisiete años y te animas a darle un beso a la chava que te gusta, o como cuando estás en la secu y tu boleta no tiene ni un solo rojo ese mes, o como cuando... ya me entendiste; eso es lo que imaginaba mientras llegaba al kilómetro treinta y cinco. No me dio pared, pero sí me desconcentré y me dieron ganas de ir al baño. No sé si tomé demasiada agua, pero los siguientes dos kilómetros no pude hacer otra cosa que no fuera encontrar un baño y después de detenerme medio minuto ya nada fue igual.

Me recriminé no haber tenido la disciplina de aguantarme unos pasos más, llegar a la meta y no cambiar mi ritmo, no detenerme. Me costó mucho poner mis piernas en movimiento hasta que por fin reaccionaron y alcancé, casi, la velocidad que traía hasta antes de parar.

A lo lejos alcancé a ver el parque donde terminaba la carrera y sentí alivio, aún podía mejorar mi tiempo pero tenía que apretar el paso, estaba corriendo en la orilla entre lograrlo y no.

Entonces, aquí quiero contar esto como lo haría el mismo Armando.

Como cuando te acuerdas que una vez en el Maratón de Torreón me encontraste y me dijiste:
- ¡Tato! ¡Tato! ¿Cómo te sientes? Vas muy bien, te faltan dos kilómetros, ya no te voy a soltar, te voy a llevar hasta la meta.

No mames, Superman no me vio porque traía lentes, pero chillé, tantito, pues. Me dio mucho gusto que mi amigo pudiera acompañarme, después sufrí un poco porque el parque no terminaba, lo rodeábamos y en cada esquina que doblábamos, Armando me prometía que era la última, pero no. Discutimos un poco porque yo ya estaba hasta la madre y él no quería verme caer a tan pocos metros del final.

- ¡No quiero que veas tu reloj! ¡Mira al frente!
- ¿Cuánto falta? Ya no puedo. - Le dije balbuceando.
- ¡No importa! ¡Piensa en todos los que te acompañaron en tus entrenamientos, ellos también hicieron un esfuerzo para que tú estés aquí! ¡Se los debes!

Y entonces, sucedió (como diría Kevin Arnold). Recordé las distancias, las desmañanadas, las piedras en los riñones, la Alameda de Toluca y los últimos domingos en Reforma. No puedo decir que corrí como nunca porque mentiría, pero me alcanzó para llegar a la meta y alzar los brazos, suficiente.



Como premio, el papá de Xó nos hizo una carne asada, con sus amigos laguneros y que en algún momento convertimos en una borrachera criminal que al día siguiente nos tenía noqueados a casi todos.



El récord, pues, me quedé arriba por veintiseis segundos, lo cual me tiene ardido y encabronado porque no debí detenerme y no me lo voy a perdonar hasta que pueda mejorarlo, ya tendré mi revancha en unos meses si los dioses del maratón así lo quieren.

Mientras, en un par de semanas, a saldar una cuenta (espero) que dejé pendiente en Cozumel hace un par de años.

No me decidía por cuál versión de video dejar. Me gusta mucho la original, que está dando click aquí, pero ganó esta otra en vivo.

Gustavo Cerati
"Crimen"

miércoles, 9 de marzo de 2016

LA COMARCA


Como la mayoría de las veces, hice mi maleta apenas un día antes. No es que esté bien o mal, así preparo mis cosas con la idea de que si necesito usar algo antes, no tenga que desordenar y regresar todo a la maleta más de una vez. Teníamos que estar a las cinco de la mañana en el aeropuerto así que, terminando de empacar una hora después de la media noche, programé la alarma del celular a las cuatro; las cuatro y cuatro; y, para asegurar, las cuatro y ocho tratando de no darme margen para quedarme dormido integrando el sonido del despertador a mis sueños como ya me ha pasado.

Puntuales, Ingrid y yo nos encontramos con Xó y Rodrigo que nos contaba anécdotas de su vida en Chihuahua y Torreón mientras esperábamos abordar el avión que nos llevaría a La Comarca. Algo de lo que más me gusta de volar, es ver la topografía de los lugares por donde vamos pasando; el trazo de los pueblos y ciudades; las carreteras; los tonos en los cuerpos de agua y las parcelas de siembra; las montañas y las nubes.

El papá de Xó no solo tuvo la amabilidad de recibirnos en su casa, sino también de recogernos en el aeropuerto y llevarnos a comer gorditas de harina que, previo al vuelo, Rodrigo ya se había encargado de generar suficiente expectativa en mí como para no dudar en que serían lo primero que comería llegando. Después de manejar media hora rodeando una pequeña cordillera de minas de cantera, llegamos a un lugar a la orilla de la carretera donde había algunas mesas al aire libre en un extremo y una parrilla con cinco mujeres que atendían el negocio repartiéndose las actividades. Haciendo masa de harina (de trigo) y maíz, unas; preparando gorditas, otras; y, una más que se encargaba de ver que las comandas se hicieran y se entregaran en cada mesa. Además del murmullo de las mesas, el ambiente lo completaba un cantante de corridos norteños que se acompañaba de una guitarra vieja con un rótulo de alacrán que decía "El Venado Norteño".

Don Armando, el papá de Xó, anotó nuestro pedido y lo llevó para que nos sirvieran la primera tanda. Hice caso de la recomendación de los expertos y pedí primero una de moronga y otra de prensado que es algo parecido al chicharrón prensado de la Ciudad de México pero sin tanta grasa ni el color rojo con el que yo lo conozco, espectacular. Seguí dejándome llevar por las sugerencias de nuestros anfitriones y comí una (tal vez fueron dos) de algo parecido al guisado de chicharrón en salsa verde pero que allá conocen como cuero, no menos fantástico que el primero. Terminé con una maravilla de discada que debe su nombre a que se prepara en discos de arado deformados para usarse como si fuera un sartén.

Ya con la barriga llena y el corazón contento, fuimos a la Feria de Torreón donde estaban entregando los paquetes para el maratón. La organización fue muy buena, ayudó que era viernes y que no eran más de las doce del día. En la exposición pasaban más o menos las mismas cosas que suceden en la del DF (¿todavía se le puede llamar así?), pero a menor escala. Una tienda de la marca deportiva que patrocina la carrera en la entrada, un muro dónde escribir por qué o por quién corre uno el maratón, un espacio para tomarse la foto con algún elemento alusivo a otro de los patrocinadores, una manta con el nombre de cada uno de los inscritos al maratón; como sea, yo estaba enganchado con todo eso porque puede que sea lo mismo en cada carrera, pero no es igual, en serio, así como slogan de banco.

Comimos y nos fuimos a descansar. Llegando a la casa nos encontramos con Rosita, nuestra anfitriona también, que casi iba de salida y fue hasta el día siguiente que pudimos platicar y conocernos un poco. El desgaste del viaje nos mandó más o menos temprano a dormir. La Mushasha y yo quedamos en despertarnos no antes de las diez de la mañana para a esa hora salir a correr cinco kilómetros máximo y sentir un poco las condiciones de clima que íbamos a tener un día después. Así lo hicimos mientras Armando, Becca y Roger llegaban también a La Laguna. Casi al mismo tiempo, llegaron nuestros amigos y Marce, una querida amiga que lleva algún tiempo trabajando para el Museo Arocena en Torreón y que desde el momento que supo que estaríamos allá, se ofreció a darnos un paseo por el centro. Grandes anfitriones que tuvimos en este viaje.

De camino al museo, nos contó de cómo se fundó la ciudad a principios del siglo pasado a partir del desvío de la ruta del tren que originalmente pasaría por Lerdo y cuyos habitantes no quisieron cerca, lo cuál trajo un mayor desarrollo y crecimiento a la ranchería donde ahora se ubica Torreón, que junto a Lerdo y Gómez Palacio, principalmente, forman La Comarca Lagunera. Tres ciudades, dos estados y un corazón. ¡Ámonos! 

Conocimos su museo que cuenta con exhibiciones permanentes, muy bien montadas, de arte virreinal, europeo y de historia de México. Ocupa la antigua casa de la Familia Arocena y lo que alguna vez fue el Banco Chino donde a principios de la Revolución Mexicana, fueron asesinados cientos de inmigrantes de ese país. Los edificios están bien conservados y se trató de mantener el sistema constructivo original. Ahí nos encontramos con María y Maricela también.

Por la tarde regresamos a una cena que organizaron para los participantes del maratón. Mientras hablábamos, veíamos que pasaban volando muchas parvadas de diferentes tipos de aves conforme iba acercándose la noche. Rodrigo me contaba que le recordaba a las tardes de su infancia cuando veía en Chihuahua el mismo espectáculo que nos tocaba en ese momento. Yo le platicaba también que me había acordado de los días en los que en la Ciudad de México, había golondrinas antes de que cayera lluvia, de las luciérnagas y del charquito que había cerca de mi casa cuando era niño, que a mi me parecía un lago y donde jugaba a tirar piedras de pato.

El maratón, ¿qué? De ese, luego les cuento.

Caifanes
"Viento"

miércoles, 2 de marzo de 2016

A DARLE

La primera vez que alguien a quien yo conociera corría un maratón, fue cuando mi papá hizo el de Torreón en 2008. Recuerdo haber pensado que su preparación era demasiado. Lo vi entrenar casi sin descanso durante quién sabe cuántos meses. No dejaba de sorprenderme la disciplina que veía en él para cumplir con su entrenamiento incluso los fines de semana. Sí, fue un evento que, de alguna manera, también me marcó para empezar a correr con un poco más de formalidad de lo que requería hacerlo atrás de un balón. Cuando regresó y nos contó su experiencia imaginé que tal vez algún día yo podría hacer uno.

Desde aquel día tengo esa inquietud, correr el maratón Lala. No sé si fue mi amiga Xó quien me animó a correrlo este año o yo a ella, pero quedamos que así sería. Yo, acepto, sin ser consciente de que la mitad del programa de entrenamiento la estaríamos cumpliendo en Diciembre con todo lo que eso implica. Aún así, el plan tuvo que cambiar un poco. Apenas en la primera semana tuve, otra vez, un episodio de piedras en los riñones que me tuvo fuera de circulación durante casi todo el mes. En Enero todo fue diferente y pude volver a entrenar para hacer mis "distancias".

Hay una parte en la preparación de un maratón, de la mitad en adelante, que consiste en hacer estas "distancias" de más de 30 kilómetros cada quince días. Esta etapa es la más complicada. En ese momento, uno lleva cerca de tres meses corriendo y el agotamiento mental empieza a provocar estragos en el ánimo. Con nuestra bandita corredora, nos organizamos para hacer juntos esas distancias y no dejarnos rendir cuando la voluntad o las fuerzas hicieran falta.

Hicimos treinta en Toluca; treinta y cuatro en el ciclotón de enero; y, en una de las más grandes locuras que haya cometido, no han sido pocas, corrí treinta y dos kilómetros como hámster en la pista de los Viveros de Coyoacán (2 km de longitud), poniendo en serios aprietos mi salud mental.

En fin, estoy emocionado con esta carrera. Ha sido increíble prepararlo junto a Xó, Roger y Armando que esta vez no podrá hacerlo, pero en Berlín va a parecer una bala de talento corredor. Gracias a Inki, Charro Negro, Volador, Suset, Ari, Tania, Bren, Becca, Ale, Juamps, Sofi, Neidy, Tania y Carlos por acompañarnos estos meses.

A darle.
#SomosGuerreros
#SomosÚnicos

Muse
"Invincible"