viernes, 29 de agosto de 2014

LA PARED EXISTE

Me acosté, me coloqué los audífonos y puse el RAM de Daft Punk.   Tenía toda la intención de quedarme dormido temprano mientras oía música pero no pude, era mi primer, y hasta ahora único maratón.

Mi plan era dormirme a las nueve, despertarme a las 5:00 para salir a las 5:45 y estar a las 6:00 en la Alameda Central.   La última vez que vi el reloj eran las 12:20 am.   Me desperté a las 3:00, me decepcioné por la hora y acepté que ya no iba a dormir y seguí con la música que había preparado.

Yo no corro con iPod pero siempre oigo mucha música y tengo mi playlist de corredor para las carreras importantes.

Llegó el taxi que había pedido desde la noche antes, me contó que no había dormido para pasar por mi, que se había quedado con una de sus novias para hacer tiempo mientras daba la hora pero que se había aburrido porque no había podido tomar.

En metro Tacubaya me encontré con otros corredores.   Para cuando llegué a la Alameda, a las 6:00 de la mañana, ya había mucha gente y me acerqué al frente para ser de los primeros en salir.   Estiré como pude, estábamos tan pegados unos con otros que a alguien no le gustó y tiró una patada que le respondieron, empujones, mentadas de madre, tranquilos, le parto su madre, pues órale, etc.   Supongo que fueron los nervios pero me cagó estar cerca de esos dos pendejos, correr es justo un deporte donde no cabe la violencia, no hay manera, pero la encontraron.

Hay un wey que siempre está dirigiendo las ceremonias en las carreras, ésta vez contó sobre el maratón de las olimpiadas de 1968, de las fanfarrias que se habían compuesto para aquella ocasión y que se volverían a tocar después de 45 años.   Para ese momento yo ya no podía más y las emociones me tenían llorando, no era el único.   Tocaron el himno, lo cantamos y cuando terminó, sonó el disparo de salida que sentí como una descarga de adrenalina en el corazón, las piernas y la panza.

Todavía sobre Juárez alcancé a escuchar que alguien me gritaba, ¡venga, Tato!, volteé y vi a mi amigo Lalo, fue la primera sorpresa en la carrera, no esperaba encontrar a nadie en la salida y otra vez a llorar.

Yo había calculado correr a 6:00 min el kilómetro pero me dejé llevar por el ánimo de la carrera y estaba haciendo un minuto debajo de eso.   Mientras pasaba La Palma y me encaminaba al Ángel de Independencia, vi que había una lona que decía IronBerna42k, en ese momento reconocí a mi familia que además iban uniformados con playeras que igual traían la misma leyenda. Lágrimas otra vez, pero con más energía después de chocar mi mano con la de ellos y escuchar sus gritos de apoyo que cómo ayudan a seguir.

Entramos a Polanco, salimos de Polanco, continuaba encontrando a mi familia que iba siguiendo el recorrido del maratón y habían hecho un plan para verme en diferentes puntos de la ruta. Todo bien pero cuando entramos a Chapultepec, por ahí del km 21 tuve que hacer una parada estratégica en el bosque un minuto.

Cuando salía de ahí para tomar de nuevo Reforma, mi hermano me acompañó algunos metros que me sirvieron para mantener el buen ánimo y soñar en cerrar en menos de cuatro horas.
Más adelante estaba Javi Marroquín que corría a mi lado y me tomaba fotos, me preguntaba cómo iba, brincaba coladeras, esquivaba aficionados y me decía “venga Kleinchas, ya falta menos, mano. Te ves bien”. “Empiezo a darlas, Javi. La neta” recuerdo haberle contestado antes de tomar la glorieta de Insurgentes.

Ya en Chapultepec creo haber visto el 28k y empezar a sentir que ya no estaba funcionando como debía.   No podía concentrarme y empecé a tener pensamientos negativos.   Quise saber qué tan mal iba y se me ocurrió hacer operaciones matemáticas mentales, como si fuera tan bueno haciéndolas pero pensé que si podía hacer multiplicaciones y divisiones, podía distraer mi mente y no dejarla que tuviera ideas como sentirse cansada y abandonar.

Fue más o menos ahí, cuando llegaba a Ámsterdam y Sonora, que vi una chava del público que traía una cartulina colgada del cuello que decía “VASELINA”.   Ver ese cartel a la distancia fue un rayo de esperanza para mi.   Hacía algunos kilómetros que la playera me lastimaba y apresuré el paso para agarrar el abatelenguas que tenía en la mano pero justo cuando estaba por tomarlo, el corredor que iba adelante de mi, lo agarró. No hay palabras para describir la desilusión y dolor que sentí en ese momento, era la última dosis que tenía y me la habían ganado.

A partir de ese momento me desconcentré por completo, vi a dos corredores que se descomponían en calambres frente a mi, una chava tendida sobre el asfalto que era atendida por unos paramédicos, otro corredor vomitando sobre el camellón y yo que sentía que en cualquier momento estaría como ellos.

Me había encontrado con la pared y no había nada que me motivara a seguir.   Un calambre amenazaba con aparecer en mi muslo izquierdo y caminé por primera vez.   Consideré no seguir, tomar el teléfono y avisar que no llegaría al estadio.   Tuve pena porque sentí que estaba fallando pero no podía más. Solo quería caminar por Nuevo León hasta Insurgentes y tomar un taxi a mi casa.

No recuerdo cómo, pero llegó mi segundo aire y, a paso de gallo-gallina, comencé a correr nuevamente. Para ese momento solo faltaban 5 kms que, en un día normal de no maratón, he corrido en 22 mins.   Pero ese día el tiempo y las distancias parecían de otro mundo.   Corría durante muchos minutos y veía que solo había avanzado unos cuántos metros. Mucho me ayudó ver a mis amigos en el último tramo de la competencia para no mandar todo a la chingada.   

Los últimos dos mil metros los hice corriendo sin parar, con mucha gente gritando y apoyando a los corredores.   Uno de los detalles que más me gustaron de los organizadores fue que el número tiene anotado tu nombre, entonces propios y extraños te gritan, te animan y oir tu nombre es distinto a “vamos, corredores… ya falta poco… sí se puede” (me caga el "sí se puede").

Llegué al estacionamiento del estadio, bajé por la rampa al túnel, quise gritar pero no me salió la voz, salí a la pista para los últimos metros y no sé cómo, mis piernas olvidaron que ya llevaban 42 kilómetros encima, corrí sin dolor, como si fueran los 100 metros planos, justo antes de cruzar la meta, vi otra vez la lona y ubiqué a mi familia.
Por fin pude gritar y llorar de felicidad otra vez.

Es el primer maratón que hago, ese día dije que no volvería a hacerlo pero en la noche ya estaba pensando en el del próximo año, el de éste domingo.   Hoy sé que quiero hacer muchos más, mi meta es reunir la palabra MÉXICO con las medallas pero sueño con correr en otras ciudades y vivirlo en diferentes condiciones.   Sin duda, es la experiencia deportiva más gratificante que he tenido.

Yo ya dije que no puedo correr con música, no me gusta ir peleando con los audífonos y el sudor pero este blog siempre se despide con alguna canción y hoy elegí a una parte del soundtrack de unos de mis churros ochenteros favoritos, Streets of Fire.   Diane Lane en sus espectaculares veintialgo, Willem Dafoe de malo desde entonces y Rick Moranis de idiota como siempre.

Fire Inc.
“Nowhere Fast”