MATEO.
Conocí a Mateo hace no tanto tiempo. He visto cómo lo han disfrutado sus papás desde que lo estaban esperando y cuánto lo han querido siempre. Como a todos, me sorprendió y dolió la noticia de su enfermedad a principios de año, lo menos que uno quisiera es que los niños pasen por cosas así. A pesar de los difíciles momentos por los que ha pasado su familia, algunas cosas buenas han surgido. Se ha formado una comunidad entorno a él donde, empezando por los ánimos y buenos deseos, se ha buscado la manera de ayudarlos y estar con ellos para salir adelante juntos.
Su recuperación dio un gran paso ayer. Yo digo, porque así lo siento, que es ya el definitivo. Haciendo una crónica, empezó con el diagnóstico en enero y fue seguido inmediatamente con las quimioterapias. Aún cuando la mejoría en cada análisis era evidente, los doctores indicaron que era necesario un transplante. Después de más estudios, el mejor candidato para esa donación resultó ser mi amigo Armando, su papá. No sé, porque no los tengo, qué siente uno cuando tiene a un hijo enfermo. Afortunadamente todos los papás que conozco, empezando por los míos, siempre han dado absolutamente todo para que sus hijos estén bien. Bueno, para las aseguradoras esto no existe. Como Armando era un donador voluntario, la operación para salvarle la vida a su hijo no estaba cubierta en su póliza. Lo más importante, es que Mateo y Armando han ido para adelante con su salud y están muy bien hoy.
A partir de entonces, todos empezamos a pensar de qué manera podríamos ayudar. Muchas actividades se han ido realizando para eso. Rifas, pulseras, pinturas, comidas y muchas otras grandes ideas que han ido sumando en ayuda. A mi realmente no se me había ocurrido nada que yo sintiera que pudiera funcionar bien hasta que un día, Gaby Portillo y Cristina, su mamá, me preguntaron por qué no vendía mis kilómetros del maratón. No me pareció mala idea, pero no sentía que fuera a juntar demasiados donadores. Gaby, tan corazón de pollo y altruista como siempre, me ayudó a armar el grupo en Facebook y así fue como empezó el Maratón por Mateo. Fue una sorpresa la manera en que los amigos se interesaron y se anotaron para comprar su kilómetro y apoyar a Mateo. En tan sólo tres semanas se juntaron 172 donaciones equivalentes a 4 maratones que prometí correr en su nombre pero que, él no lo sabe todavía, pienso proponerle que hagamos mitad y mitad. Para correr ese día, hicimos una playera con el escudo del equipo con el que entreno en el pecho y el nombre de todos los donadores en la espalda, algunos de los cuáles no habían podido hacer el maratón por inoportunas lesiones. Para mi, ese maratón lo íbamos a correr todos juntos.
LA CARRERA.
El año pasado me había debutado como maratonista. Aunque no tenía un equipo con quien entrenar, sí tenía un programa que estaba llevando rigurosamente y me hacía sentir cada vez mejor. Faltando mes y medio me lesioné, tuve que detener totalmente mi entrenamiento durante cuatro semanas y así llegué a la carrera. Éste año tenía miedo de que sucediera lo mismo, más porque mi trabajo me tenía ocupado en tiempo y estrés que no me dejaban concentrarme en mi preparación. Solo faltaban dos semanas para correrla y apareció la temida lesión. Después del último entrenamiento de distancia no podía caminar, el tobillo derecho me mataba de dolor aunque no estaba hinchado. Necio como siempre he sido y seré hasta el último de mis días, no por otra cosa sino por mi genética paterna, fui al doctor tres días después.
- Julio, no aguanto el tobillo.- Y seguimos hablando sobre la lesión de un año antes que él mismo atendió.
- No sé. No te quiero asustar. La semana pasada vino otro corredor con los mismos síntomas y tenía fractura por estrés. Vamos a sacarte unas placas.-
Me gustaría decirlo de otra manera pero no la encuentro, me cagué. No podía dejar de correr el maratón. Tenía la responsabilidad de correr los 42 kilómetros que habían donado y para mi lo más importante, había invitado a Mateo para que entrara conmigo al estadio y correr los últimos metros juntos.
- Tus huesos están bien, tienes un poco inflamado el tendón nada más. Si quieres correr ese día, vas a tener que parar mínimo ésta semana.-
Así lo hice, la verdad es que no pero casi, y el domingo hice el último entrenamiento con el equipo.
Un día antes de la carrera, Male y Armando nos invitaron a cenar a su casa. Nos pusimos de acuerdo para el día siguiente y me fui a dormir casi temprano para despertarme al cuarto para las cinco del día siguiente.
El domingo me levanté temprano, y estuve listo desde las 5.00 am. Cuando Ingrid me llevaba al metro para después verse con mis hermanos y mis papás, una camioneta nos pegó por detrás. Una borracha que se quedó dormida no hizo más que recargarse en nosotros en el alto de Sonora y Puebla. Por suerte, no hubo nada que arreglar.
De Chapultepec a Hidalgo no fueron más de ocho minutos. Llegué al punto de reunión del Run and Run Team y empecé a contagiarme con la gran actitud de todos mis compañeros. Nos abrazamos, nos deseamos suerte y salimos corriendo todos al baño. Había llovido toda la noche y por un momento pensé en mi amigo César Volador diciendo "mi sueño es que llueva toda la carrera", yo no quería lluvia pero afortunadamente iba disminuyendo de intensidad. Las últimas semanas de entrenamiento las había hecho con Gris y habíamos decidido correr juntos ese día, las distancias nos habían salido a buen ritmo y nos pareció buena estrategia acompañarnos lo más que se pudiera ese día. Nos metimos lo más adelante que pudimos en los corrales. Faltaban 2 o 3 minutos para la salida y la banda de guerra de no sé dónde tocó el himno. Al mismo tiempo, como si alguien hubiera abierto una llave, comenzó a caer una tormenta. Parecía una de esas lluvias de las 7.00 pm, agua, viento, frío. Cuenta regresiva y disparo de salida. A pesar del clima, mucha gente estaba en la calle con paraguas, bolsas o cartones para taparse un poco y seguir apoyando a los corredores. Durante los primeros 10 kilómetros, la lluvia estuvo en más o menos la misma intesidad. María, otra compañera del Run and Run Team, venía haciendo equipo también con nosotros. Nos decía que íbamos muy rápido y que era mejor bajar de ritmo, así lo hicimos pero yo por dentro empecé a dudar que fuera a terminar igual que nosotros. Llegamos a la Diana y vi a dos locas con playera verde brincando en una grada, eran mi hermana y mi novia que le avisaban a mis papás y hermano que ya íbamos a pasar frente a ellos. Ésta vez no fue sorpresa encontrarlos en el recorrido como el año pasado pero igual fue mucha mi emoción por verlos ahí.
Entramos a Polanco y al llegar a la chingadera esa conocida como Museo Soumaya, empezó a oler muy mal. Había una fuga de agua de caño que se confundía en un principio con el agua que había quedado encharcada por la lluvia en todos los baches de esa calle. ¿Qué hicimos? Chingarnos y meter los pies en ella, entre más pronto pasáramos por ahí, mejor. Regresamos por Mazaryk a Mariano Escobedo y justo antes de entrar a Gandhi vi otra vez a Ingrid que me saludaba y me decía puras cosas chidas. Corrimos tantito de la mano casi hasta donde estaba mi familia con otro recargón de energía con su apoyo. Adelante, casi llegando a la mitad de la ruta, justo antes de entrar a Chapultepec, Gris me preguntó cómo iban mis tobillos, no sé si notó que empezaba a hacer cara de "ay wey, me está doliendo más" o no pero le dije la verdad, "más o menos".
Ahí estaba mi amiga Cynthia que me reconoció y gritó mi nombre, le pregunté por su hermano Héctor y me dijo que iba adelante y bien. Unos metros adelante, María, la misma que yo pensé al principio que no iba a aguantarnos el ritmo, empezó a acelerar el paso y no tardó en perderse adelante de nosotros. El dolor poco a poco seguía creciendo y vi cómo mi velocidad disminuía. Salimos del bosque y fue el último momento en el que vi a mi familia antes de llegar al estadio, traté de poner la mejor cara para no preocuparlos pero ahora que veo las fotos, veo que no lo logré, me veía cansado y faltaba mucho todavía.
Bajamos por Reforma hasta dar la vuelta sobre Insurgentes en el 26km. Ahí tomé mi segundo aire y me sentí fuerte de nuevo, el dolor se quedó atrás y mi condición la sentía bien otra vez.
No me duró mucho el gusto. Entramos a la Condesa y en la glorieta de Veracruz me estaban esperando Laura Carrillo, Chechey y Chesco con sus hijos y Luis Valente con su novia. Fue otra vez un envión de poder para mi pero así como me fui para arriba cuando los vi y abracé a Chechey, me fui para abajo unos metros adelante. El dolor había regresado con más fuerza y sabía que ya no me iba a dejar.
Eso sí, me dio mucha alegría la lona con mi nombre que puso Inki en nuestra ventana y que vi cuando pasé por ahí. Unos metros adelante estaba Janisse saludándome y de pronto mi hermano que había salido de no sé dónde empezaba a correr conmigo. "Ahí está Fanny también" me avisó y alcancé a decir adiós.
-Te voy a acompañar todo Ámsterdam.- Me dijo muy tranquilo.
Yo, que ya estaba pensando en detenerme y caminar un poco, pensé que no podía hacerlo frente a él así que le di las gracias mientras me grababa con su cel y me decía que yo podía terminar, que si me sentía bien y la verdad, no me acuerdo de mucho más. A todo le dije que sí pero ahora, en retrospectiva, le mentí... quería mandar todo a volar en ese mismo instante.
Nos despedimos y le dije a Gris que ya no quería seguir deteniendo su ritmo, era evidente que me estaba esperando y yo no iba a mejorar para alcanzarla. Nos despedimos en Nuevo León y vi como se empezó a alejar a mucho más velocidad de la que traía conmigo.
Julia y Humberto me volvieron a levantar el ánimo adelante, si bien no tenían la torta de tamal que me habían prometido, estaban ahí y chocar mi mano con la de ellos me puso de buenas.
Un poco más adelante estaban Tania, Juan Carlos y Heriberto del equipo. La cara de susto cuando me vio Tania y luego sus saltos y gritos "¡Venga, flaco! ¡Ya falta menos!" me hicieron el momento y me ayudaron a seguir también.
Busqué a Cristina cuando pasé por Xola pero entre tanta gente no nos encontramos y no pudimos correr juntos los metros que habíamos planeado. A la que si vi fue a Nelly que estaba regalando plátanos y cuando me vio, me dio uno que le agradecí con un abrazo.
Zulma y Josué que me acompañó abrazado unos metros. Así me encontré a Pablo Anzorena, Octavio, Alejandra e Iván, Diego, Sara y Carlos, Daniel Duhalt que me decía que traía en su mochila todo lo que yo necesitaba y a Gabriel Mata.
Llegando al Teatro de los Insurgentes empecé a oir gritos junto a mi que no entendía, como en cámara lenta volteé y vi a Esther saltando y sonriendo mientras me decía que me veía muy bien, que faltaba poco, que lo hiciera por Mateo. Al día siguiente me confesó que cuando me vio, no me reconoció de lo mal que me veía pero que cuando se dio cuenta de que era yo, supo que tenía que hacer una fiesta junto a mi para que pudiera llegar a la meta. Mientras los gritos y saltos de Esther me despertaban, Rodrigo Segura nos gritaba y tomaba muy buenas fotos del momento. Dos kilómetros estuvo Esther conmigo, casi hasta donde estaba la porra de mi equipo. Desde varios metros atrás yo veía ondear la bandera amarilla con nuestro escudo azul de Run and Run Team y pensaba "Dios, si en verdad existes y si acaso me estás escuchando, déjame llegar con ellos". Ya sé, suena dramático pero en verdad solo necesitaba chocar mi mano con ellos para animarme de nuevo y poder llegar con algo a la meta. Mi tiempo ya era una risa, no iba a mejorar lo del año pasado pero tenía que ver a mi amigo Mateo en la meta.
Por fin llegué y ahí estaba Xó hasta adelante que abrió mucho los ojos y gritó mi nombre, yo supuse que no me veía bien porque esa era la cara que ponían los amigos que me iba encontrando. Como dije, seguí chocando mi mano con todos los runandrunners y un poco más adelante oí otra vez mi nombre.
-¡Berna!- Una chava me veía con ojos de pregunta y decía otra vez mi nombre pero ahora cómo pregunta.
-¿Berna, eres tú?-
No nos conocíamos en persona pero gracias al equipo y al Maratón por Mateo, sabíamos de nuestra existencia. Sinceramente, no sabía cómo me llamaba en ese momento pero después de oir dos veces mi nombre reaccioné. Era Diana Sanz que por una lesión no había podido hacer el maratón pero desde el principio se había involucrado con Mateo.
-¡Sí, soy yo!
Adelante estaba mi papá, a quién no esperaba ver ahí y me ayudó a hacer los últimos metros antes de entrar al estacionamiento del estadio. Cada que veo a mi papá en esas cosas deportivas a las que a veces me acompaña, lloro, de felicidad y orgullo, él me enseñó a correr y es mi ejemplo de deportista desde siempre.
Pensé que no iba a ver a Mateo ya, me había tardado mucho y supuse que el calor que hacía ya en ese momento no iba a dejar que me esperaran. Entonces oí gritos de nuevo, vi a Male, Armando y Mateo que corrían para alcanzarme más adelante. Me acerqué, nos abrazamos los adultos, los besé y Mateo, con la mejor sonrisa que he visto en mucho tiempo, me dijo que estaba listo para irnos.
Tomé su carriola y corrí hacia el túnel. Salió a nuestro paso alguien de seguridad para decirme que no podía entrar con él... Le grité que era mi hijo y lo esquivé para seguir adelante. Tomó su radio mientras decía "me detienen al cabrón con la carriola". Seguimos y ahora salieron dos que ya no pudimos evitar.
Después de discutir durante 5 minutos y tratar de que entendieran que tenían que dejar entrar a mi amigo al estadio y cruzar la meta, llegamos al acuerdo de que la carriola se quedaba ahí y yo tenía que cargarlo para entrar.
Así lo hicimos, entramos por el túnel gritando él y yo junto al resto de los corredores que pasaban en ese momento por ahí. Salimos a la pista y saludamos a todos, le dijo "¡Hola!" a su familia, a la mía y a todos los que de alguna manera estuvieron al pendiente de su salud desde que lo conocieron. Le expliqué que la meta la tenía que cruzar corriendo y le pregunté si quería hacerlo. "Sí, corro". Para ese momento yo ya iba llorando emocionado de verlo tan contento y tan fuerte. Cruzó la meta y lo levanté para que saliera en la foto.
No hay mucho más que contar. Nadie dijo que fuera a ser fácil ni tampoco tan difícil pero al final, lo importante es que Mateo ya va solo para adelante.
Una de mis canciones favoritas.
Coldplay
"The Scientist"
jueves, 25 de septiembre de 2014
viernes, 29 de agosto de 2014
LA PARED EXISTE
Me acosté, me coloqué los audífonos y puse el RAM de Daft
Punk. Tenía toda la intención de quedarme
dormido temprano mientras oía música pero no pude, era mi primer, y hasta ahora
único maratón.
Mi plan era dormirme a las nueve, despertarme a las 5:00 para salir a las 5:45 y estar a las 6:00 en la Alameda
Central. La última vez que vi el reloj
eran las 12:20 am. Me desperté a las
3:00, me decepcioné por la hora y acepté que ya no iba a dormir y seguí con la
música que había preparado.
Yo no corro con iPod pero siempre oigo mucha música y tengo
mi playlist de corredor para las carreras importantes.
Llegó el taxi que había pedido desde la noche antes, me
contó que no había dormido para pasar por mi, que se había quedado con una de
sus novias para hacer tiempo mientras daba la hora pero que se había aburrido
porque no había podido tomar.
En metro Tacubaya me encontré con otros corredores. Para cuando llegué a la Alameda, a las 6:00
de la mañana, ya había mucha gente y me acerqué al frente para ser de los
primeros en salir. Estiré como pude,
estábamos tan pegados unos con otros que a alguien no le gustó y tiró una
patada que le respondieron, empujones, mentadas de madre, tranquilos, le parto
su madre, pues órale, etc. Supongo que
fueron los nervios pero me cagó estar cerca de esos dos pendejos, correr es
justo un deporte donde no cabe la violencia, no hay manera, pero la
encontraron.
Hay un wey que siempre está dirigiendo las ceremonias en las
carreras, ésta vez contó sobre el maratón de las olimpiadas de 1968, de las
fanfarrias que se habían compuesto para aquella ocasión y que se volverían a
tocar después de 45 años. Para ese
momento yo ya no podía más y las emociones me tenían llorando, no era el
único. Tocaron el himno, lo cantamos y
cuando terminó, sonó el disparo de salida que sentí como una descarga de
adrenalina en el corazón, las piernas y la panza.
Todavía sobre Juárez alcancé a escuchar que alguien me
gritaba, ¡venga, Tato!, volteé y vi a mi amigo Lalo, fue la primera sorpresa en
la carrera, no esperaba encontrar a nadie en la salida y otra vez a llorar.
Yo había calculado correr a 6:00 min el kilómetro pero me
dejé llevar por el ánimo de la carrera y estaba haciendo un minuto debajo de eso. Mientras pasaba La Palma y me encaminaba al
Ángel de Independencia, vi que había una lona que decía IronBerna42k, en ese
momento reconocí a mi familia que además iban uniformados con playeras
que igual traían la misma leyenda. Lágrimas otra vez, pero con más energía
después de chocar mi mano con la de ellos y escuchar sus gritos de apoyo que
cómo ayudan a seguir.
Entramos a Polanco, salimos de Polanco, continuaba encontrando a mi familia que iba siguiendo el recorrido del maratón y habían
hecho un plan para verme en diferentes puntos de la ruta. Todo bien
pero cuando entramos a Chapultepec, por ahí del km 21 tuve que hacer una parada
estratégica en el bosque un minuto.
Cuando salía de ahí para tomar de nuevo Reforma, mi hermano me
acompañó algunos metros que me sirvieron para mantener el buen ánimo y soñar en
cerrar en menos de cuatro horas.
Más adelante estaba Javi Marroquín que corría a mi lado y me
tomaba fotos, me preguntaba cómo iba, brincaba coladeras, esquivaba aficionados
y me decía “venga Kleinchas, ya falta menos, mano. Te ves bien”. “Empiezo a
darlas, Javi. La neta” recuerdo haberle contestado antes de tomar la glorieta
de Insurgentes.
Ya en Chapultepec creo haber visto el 28k y empezar a sentir
que ya no estaba funcionando como debía.
No podía concentrarme y empecé a tener pensamientos negativos. Quise saber qué tan mal iba y se me ocurrió
hacer operaciones matemáticas mentales, como si fuera tan bueno haciéndolas
pero pensé que si podía hacer multiplicaciones y divisiones, podía distraer mi
mente y no dejarla que tuviera ideas como sentirse cansada y abandonar.
Fue más o menos ahí, cuando llegaba a Ámsterdam y Sonora,
que vi una chava del público que traía una cartulina colgada del cuello que
decía “VASELINA”. Ver ese cartel a la
distancia fue un rayo de esperanza para mi.
Hacía algunos kilómetros que la playera me lastimaba y apresuré el paso
para agarrar el abatelenguas que tenía en la mano pero justo cuando estaba por
tomarlo, el corredor que iba adelante de mi, lo agarró. No hay palabras para describir
la desilusión y dolor que sentí en ese momento, era la última dosis que tenía y
me la habían ganado.
A partir de ese momento me desconcentré por completo, vi a
dos corredores que se descomponían en calambres frente a mi, una chava tendida
sobre el asfalto que era atendida por unos paramédicos, otro corredor vomitando
sobre el camellón y yo que sentía que en cualquier momento estaría como ellos.
Me había encontrado con la pared y no había nada que me
motivara a seguir. Un calambre
amenazaba con aparecer en mi muslo izquierdo y caminé por primera vez. Consideré no seguir, tomar el teléfono y
avisar que no llegaría al estadio. Tuve
pena porque sentí que estaba fallando pero no podía más. Solo quería caminar
por Nuevo León hasta Insurgentes y tomar un taxi a mi casa.
No recuerdo cómo, pero llegó mi segundo aire y, a paso de
gallo-gallina, comencé a correr nuevamente. Para ese momento solo faltaban 5
kms que, en un día normal de no maratón, he corrido en 22 mins. Pero ese día el tiempo y las distancias
parecían de otro mundo. Corría durante muchos minutos y veía que solo había avanzado unos cuántos
metros. Mucho me ayudó ver a mis amigos en el último tramo de la
competencia para no mandar todo a la chingada.
Los últimos dos mil metros los hice corriendo sin parar, con
mucha gente gritando y apoyando a los corredores. Uno de los detalles que más me gustaron de
los organizadores fue que el número tiene anotado tu nombre, entonces propios y
extraños te gritan, te animan y oir tu nombre es distinto a “vamos, corredores…
ya falta poco… sí se puede” (me caga el "sí se puede").
Llegué al estacionamiento del estadio, bajé por la rampa al
túnel, quise gritar pero no me salió la voz, salí a la pista para los últimos
metros y no sé cómo, mis piernas olvidaron que ya llevaban 42 kilómetros
encima, corrí sin dolor, como si fueran los 100 metros planos, justo antes de
cruzar la meta, vi otra vez la lona y ubiqué a mi familia.
Por fin pude gritar y llorar de felicidad otra vez.
Es el primer maratón que hago, ese día dije que no volvería
a hacerlo pero en la noche ya estaba pensando en el del próximo año, el de éste
domingo. Hoy sé que quiero hacer muchos
más, mi meta es reunir la palabra MÉXICO con las medallas pero sueño con correr
en otras ciudades y vivirlo en diferentes condiciones. Sin duda, es la experiencia deportiva más
gratificante que he tenido.
Yo ya dije que no puedo correr con música, no me gusta ir peleando
con los audífonos y el sudor pero este blog siempre se despide con alguna
canción y hoy elegí a una parte del soundtrack de unos de mis churros
ochenteros favoritos, Streets of Fire.
Diane Lane en sus espectaculares veintialgo, Willem Dafoe de malo desde
entonces y Rick Moranis de idiota como siempre.
Fire Inc.
“Nowhere Fast”
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