miércoles, 2 de junio de 2021

. n i n a .


 A Nina la conocí casi recién nacida. Se llamaba Phoenix entonces, le habían puesto ese nombre porque no comía bien y no se estaba desarrollando como sus hermanos, parecía que no iba a sobrevivir, pero daba batalla y se mantenía viva.


Por aquellos días yo vivía solo en la Narvarte. Todos los días regresaba a mi casa pateando piedritas en la calle, pensando en adoptar un perro que me hiciera compañía.


Me contaron de un refugio que tenían unas chavas que conocían a una amiga, pero solo tenían unos gatitos recién nacidos. Bueno, pero que sea una gatita negra. Según yo, poniendo condiciones.




Conectamos de inmediato, se me acercó tambaleante mientras sus hermanos seguían tomando leche y su mamá me veía con ojos de cansancio. La puse en mi mano, me contaron que tenía su colita rota y preguntaron si no me importaba porque a veces rechazan a los cachorros que no les parecen perfectos. Me pidieron un mes para esperar a que sobreviviera y que se pudiera ir conmigo.


Desde que llegó a casa ya no se despegó de mí. Los primeros días se acostaba en mi cuello con su ronroneo encendido después de amasarme con sus garritas de aguja.


A su manera, fue muy sociable. Se acercó a todas las personas que entraron a nuestra casa. Tenía muchas rutinas en las que me hacía participar y, sin darme cuenta, las volví mías.


Todos las mañanas se paraba en dos patas junto a la cama con sus maullidos especiales matutinos, algunos besos de nariz y si no me levantaba, brincaba sobre mí para darme masaje de garras en la barriga y el pecho.


Guardia en la puerta esperando a que me bañara, mordidas en los pies mientras me vestía y exigencia por subir a la azotea antes de irme.


Me la encontré en la puerta casi siempre que volví de la calle, no sé si me olía o escuchaba, pero me esperaba para subir otra vez a ver las plantas y explorar por ahí.


Antes de dormir venía a darme una sesión de topes en la cara y ronroneos intensos.


Hoy, hace una semana, nos dimos cuenta que algo no iba bien. Fuimos al veterinario el viernes y el sábado nos dieron la peor noticia.


Platiqué mucho con ella esos últimos días. La vi esforzarse por no verse mal, por seguir caminando con elegancia con una patita delante de la otra como si fuera en un alambre, pero ya no podía más. Fue todo muy rápido.


Finalmente, el domingo por la noche, las mismas chavas que me la prestaron estos diez años, me ayudaron para que alguien viniera a casa para que ya pudiera descansar. Se fue tranquila, rodeada y acariciada por Maya, Inki y por mí.


Fui su persona, la extraño cabrón y no puedo dejar de llorarle a mi Nina gatita de plomo.


“Tiny Dancer”

Elton John