lunes, 5 de julio de 2010

LA ÚLTIMA CASA (I)

- Su firma aqui, aqui y. . . aqui.

La trabajadora social parecía más un robot que un ser viviente pensante, consciente.   Como un mecanismo que repite la misma frase después de apretar un botón "el que sigue, el que sigue, el que sigue. . ."

- El edificio para los viejitos es el del lado izquierdo y su cama es la 301.   Procure no olvidarlo, el derecho es para las señoras aunque para su edad dudo mucho que tenga algo que pueda hacer ahi.- le explicó la trabajadora mientras movía papeles sobre el mostrador sin mirarlo a los ojos.

- ¿Podrían ayudarme con mis cosas?- preguntó Jacinto ofendido por el comentario de la mujer.

Se acercó un hombre con uniforme blanco manchado de algo que parecía ser sopa a la altura del pecho.   La barba crecida de algunos días y el rostro sudado, grasoso.   De una altura considerable y brazos anchos y fuertes como alguna vez Jacinto los tuvo.

Cruzaron un patio bastante descuidado con algunos rosales y truenos secos.   Unos gatitos jugaban en la hierba que crecía a placer seguramente desde hace varios meses.   Cuando llegaron a la habitación, el enfermero abrió la puerta y dejó ahi las dos maletas con las pertenencias de Jacinto.

- Hasta aqui te alcanzó el veinte, anciano.

Jacinto pensó que de haberse encontrado con semejante bestia en su juventud, le habría partido la madre sólo por su repugnante existencia.

Con el dolor de la espalda que tenía desde hace años, tomó sus cosas y caminó hasta la cama 301.   El olor a orines era insoportable.   La cobija a cuadros rojos y amarillos sacó polvo cuando se sentó en ella.   Se levantó y abrió la cama sólo para darse cuenta que las sábanas estaban manchadas de algo amarillo y en otras partes de rojo.   Dormiría sobre la cobija.   Las fuerzas y el ánimo no eran suficientes para regresar a la administración y pedir que lo cambiaran a otra cama, seguramente en las mismas condiciones.

Cuando despertó por la mañana se sentó y busco con sus pies las pantuflas que había dejado por la noche bajo la cama.   Con sus pies descalzos inspeccionó por el frío piso debajo de él.   Nada.   Una risa apagada lo hizo levantar la mirada y encontrar a otro de los habitantes del asilo mirándolo con gusto.

- Más te vale no haber sido tú quién haya tomado mis pantuflas. - reclamó Jacinto.

- Y si fui yo, ¿qué?- le respondió el hombre.

- Si fuiste tú, voy a hacer que te comas las pantuflas, cabrón.

- No creas que vas a tener la misma suerte que hace años.   Me debes una.


Sin saber a qué se refería aquel hombre, Jacinto estuvo tratando de reconocer ese rostro en su memoria sin ningún resultado.   Su voz le sonaba familiar pero tampoco lograba recordar dónde la había escuchado antes.   Después de darse un baño, se preparó para su primer día completo en el asilo, con la mente en las tardes en el kiosko de Santa María La Ribera, caminando con Carmen por el parque.


Buena Vista Social Club
"Chan Chan"

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